Cuando consumimos azúcar, el triptófano en la sangre se
incrementa (aminoácido precursor de la serotonina, conocida como la “neurohormona”
de la felicidad, esto implica que, tras el consumo de azúcar, empiezas a
sentirte mejor, como con una sensación de euforia, pero el problema es que, después,
el cuerpo se autorregula de forma natural y acaba siendo necesario el aporte de
azúcar para volver a llegar al punto anterior. Es decir el cuerpo acaba
acostumbrándose y deja de producir neurotransmisores de manera natural, así se
desarrolla la “tolerancia” al azúcar, por la que cada vez se necesitará mayor
cantidad para sentir el mismo placer que antes.
Por otra parte cuando consumimos azúcar, la glucosa sube muy
rápidamente en sangre pero al mismo tiempo disminuye muy rápidamente y esto
ocasiona cansancio, irritación, debilidad, nerviosismo o desconcentración.
El azúcar también modifica los niveles de dopamina,
neurotransmisor relacionado con lo placentero y con los centros de recompensa.
Así las personas más sensibles a este neurotransmisor son más propensas al
consumo elevado de azúcar y a la dependencia de la misma porque, a través de la
ingesta de azúcar, son capaces de compensar este déficit.